martes, 30 de agosto de 2011

Dos piedras en mi bolsillo


Esta mañana venía leyendo Aruku Hito en el metro, de Jiro Taniguchi, uno de los dibujantes más grandes que ha parido la novela gráfica. El principal cometido de la trama de este libro es mostrarnos todas esas pequeñas cosas de la vida diaria que pueden ser fantásticas si te muestras receptivo hacia ellas. Pues bien, durante el trayecto he hecho un paréntesis para buscar un disco que acompañara la lectura y ahí estaba el primer trabajo en solitario de uno de mis compositores de cabecera, Neil Halstead, el mejor cómplice posible en el que uno podría pensar para seguir con la historia que tenía entre manos.

Luego me di cuenta de que Sleeping on roads es una más de esas pequeñas cosas de las que habla el libro, una de esas que hace que todo recobre sentido, un fantástico amanecer desde el autobús, la lectura en el metro, el paseo hasta la oficina… y por supuesto ese disco que te pone de buen humor y te abre los ojos a todo esto de lo que hablamos. Por eso este disco es tan importante para mí, puesto que todas sus canciones me dan una perspectiva diferente de todo lo que ocurre alrededor, más calmada y contemplativa, como la del que está en tránsito de forma permanente por lo que sucede en cada una de las horas del día.

Y es que Sleeping on roads es un álbum de origen viajero, creado por y para los viajes. Desde la referencia en el título, como en los nombres de algunas canciones o directamente en las letras, se capta ese espíritu transitorio de quien está siempre en movimiento, bien viajando o viviendo cada momento, pero siempre con esa actitud receptiva de la que hablaba antes, del que camina con los ojos bien abiertos para disfrutar de las sensaciones que acompañan a cada una de las cosas que pasan en nuestra vida.

Sin duda, los discos de Halstead, en solitario, en Mojave 3 o en Slowdive, son buenos compañeros para cualquier viaje. Os recomiendo la lectura de Aruku Hito o de El caminante mientras escucháis este álbum o directamente esta canción que sigue.


miércoles, 17 de agosto de 2011

Cuando las estrellas son azules


Esta entrada queda reservada para quien, a pesar de su irregular y caótica discografía, en mi opinión es uno de los mejores cantantes y compositores de rock de los últimos tiempos, Ryan Adams. Capaz de lo peor, como sacar muchos discos y mediocres, formar bandas variopintas, publicar discos punk, salir totalmente borracho a los conciertos…, y de lo mejor, ya que en su trayectoria musical cuenta con discos sublimes, como Heartbreaker, Gold y Love is hell, o con una amplísima colección de magníficas canciones que se reparten por su alargada discografía, como “Two”, “Nuclear”, “Go easy”, “Fix it”… y un buen montón más.

Por si fuera poco, estos últimos años Adams se ha asociado con una banda de auténtico lujo, The Cardinals, entre los que se encuentra otro de los cantautores de rock por los que siento verdadera devoción (y al que seguro que dedicaré una futura entrada pronto), Neal Casal, que toca la guitarra y hace esas geniales segundas voces que tanto valor aportan a las canciones del de Jacksonville.

Ahora bien, hoy dedico este espacio a una canción de uno de sus más celebrados álbumes, Gold, donde se congregan algunos de sus mejores temas, “New York, New York”, “Firecracker”, “La Cienaga just smiled”, “Answering bell”, “The rescue blues”… Se trata de la delicada balada “When the stars go blue”, capaz de contagiar melancolía y ternura al más rudo de los oyentes. Con la voz a punto de quebrarse, henchida de sensibilidad, Adams camina con paso firme por la que podría ser una de sus composiciones más emocionantes y poéticas, una de esas que nos confirman esa dicotomía tan pronunciada en la personalidad de este genio, que nos ofrece la imagen de un artista que oscila entre la arrogancia, la inestabilidad, la brillantez y la pasión.

“When the stars go blue” es una de esas canciones que tienen la capacidad de hacer mágicos algunos momentos.

Y por favor, ni me recordéis la horrible versión del tema que hicieron The Corrs y Bono, por mi parte ni existe.



lunes, 1 de agosto de 2011

Las Islas Caimán



Podría haber hablado de cualquier canción de las comprendidas en los tres álbumes de este dúo noruego, cualquiera de ellas habría servido para hablar de su extraordinaria habilidad para componer las más delicadas y bellísimas canciones que uno puede escuchar. No obstante, he escogido esta canción porque, sin saber muy bien porqué, cuando la escucho me transporta a otro lugar. Sobre todo cuando alguna cosa me agobia o me preocupa, de algún modo oigo este tema y me conduce a un lugar confortable, tranquilo, donde estoy con la gente con la que quiero estar, disfrutando de su compañía y de unos minutos de tranquilidad. Así, que esta canción, por unos minutos, logra que consiga evadirme y, así, aislarme de los problemas, que no es poco.

Poco más que decir de Kings of Convenience, aparte de que sus tres trabajos son discos que permanecen siempre presentes en mi iPod y que siempre  acudo a ellos cuando necesito dar unas pinceladas de color y calidez a algunos de los momentos en los que me sobreviene la nostalgia, la melancolía o la tristeza, especialmente a mediatarde…